Sunday, May 29, 2011

Morí

*Inspirado en la historia de una gran amiga; porque todas guardan sus secretos.

Morí. En ese chinchorro que olía a chillería, entre medallas, sonrisas, miradas y besos. Justo en ese instante morí; renunciando a mi antigua dignidad, mi pasada forma de ser mujer. Me analicé, me repensé, dudé, redefiní, cuestioné. Probé y me probé. Rebasé las reglas, las líneas, los miedos, el tabú, la doctrina. Me liberé del juicio y del peso de la conciencia. Me gustó, sonreí y seguí. Tenía curiosidad y ganas de llegar al fondo, de experimentar esa otra realidad oculta, mítica, pecaminosa, prohibida.

Primero fue el baile, los besos, el motel. Luego los textos, las llamadas, el parking, el secreto. Pasó al vino, el queso, el traje, los tacos, la fantasía. No me detuve allí: salir a comer bajo la mirada de extraños que evidenciaban la incongruencia en nuestros anulares. Y luego vino el bar. El chichorro de orilla, de barrio escondido, de chillas. Sucio, caluroso, pero secreto. Besarnos frente a gente, otras gentes que no eran ni suyas ni mías pero que nos conocían. Sabían quiénes éramos, sabían lo que hacíamos, eran cómplices y, aun sin quererlo, guardianes de nuestro secreto.

Me mostró su foto, pequeña y opaca. No era fea, era común, de tinte. Me miré en el espejo y la diferencia era evidente. Yo, brillante, intensa, aventurera, apasionada, arreglada, sensual. Y pensé: “no envidio a la de la foto, ni su posición, ni su posesión, ni su status, no me interesa ser ella.” Yo fui aquella en la foto alguna vez. El ser la de la foto ya había perdido su magia, y era ahora solo eso, una foto, una representación, una mentira. No me interesaba volver a ser jamás la foto en la cartera. Porque así nos criaron, para ser excelentes, dignas y respetables fotos de cartera.

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